Hoy os propongo un recorrido que hacen pocos asturianos desde que el Principado está trazado por autopistas y autovías, pero imprescindible para conocer la verdadera Asturias cantábrica. Se trata de ir de Gijón a Avilés y Cudillero serpenteando la costa, por carreteras secundarias y deteniéndonos en los miradores que rodean a ambos concejos, lo que nos permite ver una sucesión de playas infinitas y bosques mágicos salpicados con capillas prerrománicas, hórreos, edificios modernistas e incluso algunas magníficas obras de arte contemporáneo. Es otra de las rutas para perderse por carreteras secundarias durante el desconfinamiento.
Esta zona de Asturias es uno de los mejores ejemplos en la Península de cómo se puede resurgir de las situaciones más difíciles, algo que vamos a tener que volver a aprender en los próximos meses y no es fácil. Aquí se sufrió en la segunda parte del siglo XX el desmantelamiento y el cierre de gran parte de su estructura productiva (astilleros, altos hornos, minería…) y tardó muchas décadas en recuperarse.
Con el paso de los años, la desaparición de fábricas y astilleros permitió reurbanizar enormes espacios, recuperando el esplendor que tuvieron hace más de un siglo, aunque de otra forma. El mar también ha recobrado un protagonismo en las ciudades.
Este este puede ser un destino perfecto para un fin de semana o una parte de esas especiales vacaciones de verano que nos esperan este año. Asturias tiene la ventaja de tener buenas comunicaciones por carretera con el centro, este y oeste de la Península, así que es muy fácil llegar, aunque desde el sur suponga un buen puñado de kilómetros.
Base en Gijón
Mi propuesta es tomar como base Gijón que permite, nada más llegar, dejar el coche y dar un paseo por la playa de San Lorenzo. Se trata de un elegante arenal urbano de casi tres kilómetros con un punto emblemático, ‘La Escaleron’, un acceso que hace honor a su nombre construido en los años 30 del siglo XX, en plena ‘belle epoque’, para facilitar el acceso a la arena a los primeros y sofisticados veraneantes del siglo pasado.
Gijón es una ciudad maravillosa para pasear, disfrutar y comer. Mirando hacia el mar, a la izquierda de la playa, está Campo Valdés que termina en Cimadevilla, el antiguo barrio de pescadores.
Realmente Cimadevilla es una pequeña península, rodeada por el mar y centro de la ciudad desde la época de los Romanos. La puerta del barrio la marca la Iglesia Mayor de San Pedro, la más emblemática y donde todos los gijoneses se quieren casarse. Si a la puerta de la iglesia hay una banda de gaiteros es que dentro hay boda. En Asturias no hay fiesta sin gaita y sidra.
La parte norte de Cimadevilla, como la proa de un barco, es el parque de La Atalaya. En su punto más alto, el cerro de Santa Catalina, se alza el Elogio del Horizonte (1990), una gigantesca escultura de hormigón de Chillida, y hacia poniente otra de Joaquín Vaquero, un homenaje al viento del Nordeste que es el que en verano limpia el cielo de nubes. Gijón se ha convertido en las últimas décadas en un museo al aire libre. Joaquín Rubio Camín, Miquel Navarro, Miguel Ángel Lombardía, Alejandro Mieres o Pepe Noja han decorado las plazas, las calles y los parques de la ciudad. En Mayán de Tierra, Fernando Alba instaló cuatro enormes puertas de acero agujereadas, que marcan los puntos cardinales y crean un curioso espectáculo de luz y sombras cuando se pone el sol.
En el viejo puerto de pescadores la calle Tránsito de las Ballenas recuerda que en el siglo XVIII fue el destino de los balleneros del Cantábrico, aunque hoy es un elegante puerto deportivo, y la antigua Rula (lonja), una sala de exposiciones. Al terminar de rodear la península de Cimadevilla, en la plaza del Marqués nos saluda una escultura de Don Pelayo (el primer rey astur) que mira al mar enarbolando la cruz que muchos siglos después hizo famosa uno de sus descendientes llamado Alonso en los circuitos de Fórmula 1 de todo el mundo.
El puerto de El Musel, al fondo, fue donde a partir del siglo XIX arrancó el desarrollo industrial de esta comarca. Este lugar fue también el origen, en 1988, de la Semana Negra de Gijón. Esta iniciativa del escritor Paco Ignacio Taibo II convierte desde hace 33 años a esta ciudad asturiana en la capital mundial de la novela negra los meses de junio o julio. Últimamente se ha ampliado al cómic y la novela histórica y fantástica. Este año está previsto, inicialmente, que se celebre entre el 3 y el 12 de julio. Pero las fiestas de San Juan ya se han cancelado.
En carretera con un híbrido
Si nos fallan las fiestas este verano, al menos esperemos que nos queden las carreteras… y nuestro coche. Tener como base Gijón nos permite hacer estas rutas en uno o varios días y con un vehículo híbrido enchufable. Como los recorridos que os propongo no tienen muchos kilómetros incluso nos podemos mover en modo eléctrico casi todo el tiempo y recargar cuando paramos a comer o por la noche. Unas buenas opciones por su versatilidad son las versiones híbridas enchufables del Ford Kuga, el Volvo XC40, el Kia Niro, el Hyundai Ioniq, el Mitsubishi Outlander o el Citroen C5 Aircross. Todas ellas con una autonomía 100% eléctrica de unos 50 km.
Tras un buen desayuno nos ponemos en marcha. Los lugares que vamos a visitar se pueden alcanzar a golpe de autovía pero si elegimos las carreteras secundarias lo vamos a pasar mejor al volante y vamos a descubrir paisajes espectaculares. La ruta inicial tiene unos 78 km en los que casi siempre tenemos el mar a la vista, como una galería sobre el Cantábrico.
Salimos hacia el norte por la AS-118 a través de las localidades de Candás y Luanco. La carretera, con suaves curvas y buen firme, nos permite ver los castilletes de las minas abandonadas o los motores marinos medio sumergidos en el mar, mientras el sol se va elevando.
Al llegar a Viodo nos desviamos hacia el norte para ver el Cabo de Peñas. Son sólo dos km pero merece la pena porque en este lugar, que evoca a latas de mejillones y berberechos, las vistas son espectaculares. Hay un paseo de madera al borde del acantilado que se recorre caminando.
Desde Viodo nuestra ruta se dirige al sur por la AS-328 bordeando la ría hasta el fondo, para llegar a Avilés. La localidad, que fue uno de los principales centros industriales del siglo XX, vivió la reconversión con una enorme dureza.
El casco antiguo, declarado Conjunto Histórico Artístico, ha recuperado gran parte del viejo esplendor a golpe de rehabilitaciones. El elemento arquitectónico más recurrente son los soportales, típicos de las localidades del norte y muy prácticos para refugiarse de la lluvia.
Arquitectura vieja, modernista y futurista
Avilés está llena de edificios emblemáticos, como el Palacio de Ferrera que es un hotel de lujo de NH con un elegante jardín, o el Teatro Palacio Valdés de 1920. Armando Palacio Valdés escribió en Avilés algunos de los best seller de finales del siglo XIX y principios del XX, como ‘La hermana San Sulpicio’, ‘La aldea perdida’ o ‘El gobierno de las mujeres’ una especie de culebrones románticos, bastante arcaicos desde la perspectiva actual pero muy curiosos para ver el cambio de la sociedad.
Quien cambió radicalmente la fisonomía de Avilés fue el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer en 2011 con el centro cultural que lleva su nombre. Esta es la única obra en España del artífice de Brasilia , premio Pritzker y Príncipe de Asturias en 1989. De hecho, fue un regalo a Asturias del arquitecto, que la consideraba su mejor obra en Europa.
Siguiendo la línea de la costa alcanzamos la playa de Salinas, uno de los principales centros turísticos de Asturias y un paraíso para los surfistas durante todo el año. Desde la playa, por la N-632 nos dirigimos hacia el oeste, cruzamos el río Nalón y llegamos a Somado (Somao, para los locales). En esta parte la carretera está rodeada del típico bosque asturiano con carbayos (robles), castaños, helechos, laureles, tojos, pero también eucaliptos de reforestación.
La visita a Somao es arquitectónicamente chocante. Las típicas casas rurales asturianas se codean con unos llamativos palacetes modernistas. Se construyeron en torno a 1900 con las fortunas que traían los vecinos que habían emigrado a Cuba y se hacían, según la moda del momento, de estilo modernista, con galerías, vidrieras y unos elegantes jardines en los que no podían faltar las palmeras. Es como un viaje en el tiempo.
Una gastronomía muy rica
Desde Somao volvemos a la N-632 para llegar a Cudillero, un pequeño pueblo, con un puerto tan minúsculo y bien cuidado que parece de cuento. El único problema es que algunos días hay demasiada afluencia de público para su tamaño. Quizás para protegerse de las invasiones externas sus habitantes, los pixuetos, tienen un lenguaje propio, imposible de entender por los foráneos.
Desde Cudillero podemos regresar a Gijón por la autovía A8, que nos permite hacer los 58 km de distancia en poco más de media hora y contemplar una sucesión de muelles y fábricas muchos abandonados, la versión postindustrial de la región. Además, así llegamos a tiempo de un aperitivo y una buena cena.
En Gijón la gastronomía no decepciona nunca, sólo hay que aprenderse el vocabulario para entender la carta. Andaricas (nécoras), llampares (lapas), oricios (erizos de mar), parrochas (sardinitas) o pixín (rape) son los nombres de algunos de sus productos más emblemáticos. La gastronomía asturiana ha hecho aportaciones imprescindibles a la cocina mundial como la fabada, el queso de cabrales o el arroz con leche. La base es la alta calidad de los productos de la tierra, los pescados y mariscos del Cantábrico, la carne 'roxa' asturiana, los productos de la huerta y la imprescindible sidra, presente en todas las tascas. Los guisos de pescado son el toque maestro.