Este año la temporada de esquí se interrumpió abruptamente por el estado de alarma y en el mejor momento, el de la nieve primavera y las buenas temperaturas. Cuando podamos volver a viajar ya no habrá nieve, pero las montañas seguirán ahí con otros colores y otras temperaturas. Una opción para la primavera y verano 2020 puede ser recuperar, desde otra perspectiva, las montañas a las que no pudimos volver con nieve. Sobre todo, si combinamos actividades al aire libre y carreteras divertidas.
Esta es una de las rutas por carreteras secundarias pensadas para el desconfinamiento que publica Coche Global. Puedes consultar todas las propuestas en este enlace.
La propuesta que os planteo hoy es muy estimulante en cualquier momento del año. Yo la hice en un otoño bastante tibio y en invierno con muchos centímetros de nieve. La sensación fue conducir por lugares y carreteras totalmente diferentes.
Esta ruta recorre 130 kilómetros que nos hacen olvidar pandemias y nos traslada a épocas más felices, aunque también más antiguas. Sólo dos carriles, uno por sentido (abstenerse obsesos de las autovías), que recorren desfiladeros, cimbrean al lado de ríos, enlazan curvas y asciende montañas atravesando cortes en la roca, además de penetrar en el mítico túnel de Viella. Un recorrido imprescindible para amantes del volante y espectacular para hacer en moto.
El firme en todo el trayecto está muy bien, y sólo en pocos tramos se estrecha la carretera, sobre todo al salir del túnel, en la bajada al pueblo de Viella. Mucha atención en este punto donde las curvas a derecha e izquierda se enlazan sin respiro.
Yo hice este viaje una vez en un DS 7 Crossback, un SUV elegante, confortable pero también robusto, perfecto para circular por carreteras de montaña con nieve y hielo por la tracción integral y las tecnologías de ayuda a la conducción que incorpora. En otoño lo hice con un Mercedes-Benz Clase V, un monovolumen de 4,8 metros de largo y un gran maletero que permite viajar a toda una familia y su equipaje con espacio y comodidad. Y, además, fabricado en Vitoria. Pero la búsqueda de aislamiento en las próximas semanas puede llevar al primer puesto de nuestra elección la versión camper del Clase V, Marco Polo, uno de los vehículos pioneros y con más éxito en este pujante segmento de mercado. Combina el espacio y la comodidad de un monovolumen grandes con algunos elementos de una autocaravana. No tiene cuarto de baño (alguna versión, una ducha externa) pero se puede dormir y cocinar algo.
Visita a Barbastro
Arrancamos este viaje en una localidad muy especial, Barbastro, capital del Somontano además de centro administrativo y comercial de esta comarca desde la época musulmana. Está atravesada por el río Vero y los puentes que se construyeron durante siglos para cruzarlo, como el de San Francisco o el del Portillo, son ahora algunos elementos emblemáticos de la ciudad, además, claro, de la Plaza del Mercado donde se concentra la vida comercial.
En Barbastro hay que visitar la preciosa Seo de La Asunción, del siglo XVI, pero con ampliaciones que le añadieron elementos góticos, renacentistas y barrocos. La torre es independiente, posiblemente porque, para hacerla se utilizó como base un minarete árabe del siglo X. También hay interesantes edificios del siglo XX que copian estilos del pasado, como los Almacenes San Pedro (neomudéjar), o los renacentistas centro cultural Entrearcos, Casa Latorre (sede de la Universidad a Distancia) o el Palacio Argensola. Pero, lo mejor de Barbastro es, sin duda, su gente: amable, hospitalaria y dispuesta a desvivirse por cualquier visitante.
Esta ciudad es también el corazón de la denominación de origen de los vinos del Somontano, así que está rodeada de estupendas bodegas. Algunas con una arquitectura sorprendente, como Enate, un cruce entre catedral y reproducción de la naturaleza, llena de luz natural y con una estupenda colección de arte contemporáneo.
¿Dónde comer?
Comer en Barbastro es un lujo. La gastronomía local se basa en las materias primas de calidad y en las elaboraciones artesanales. Las huertas del entorno suministran tomates de corazón y rosa (los de aquí son los auténticos), alcachofas, acelgas, cardo, borrajas… y quesos autóctonos como los de Radiquero, embutidos o patés. Las almendras sirven para hacer pasteles y garrapiñadas, o para añadir al chocolate de la zona. Otros productos locales son el aceite de oliva virgen o los licores de Colungo, donde hay una larga tradición de elaboración de aguardientes y anises.
Cuando estoy en Barbastro siempre que tengo tiempo me gusta acercarme a la vecina Alquézar, al norte, a las puertas del Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara. Está a sólo 24 kilómetros de Barbastro y se llega por la A-1232. La carretera va siempre en paralelo al río Vero y al barranco que lo alimenta con las aguas de las montañas. En la primera parte del recorrido hay algunas bodegas que se pueden visitar, como Viñas del Vero, Blecua o Pirineos.
Alquézar es una atalaya medieval coronada por un castillo de aspecto inexpugnable y uno de los pueblos mejor conservados de Aragón. Las callejuelas y las casonas, con escudos en las fachadas, soportales y balcones, nos trasladan a un pueblo del medievo. La ciudad fue creciendo en círculo en torno al castillo siguiendo las curvas de nivel del terreno. A veces esos desniveles se salvan con pasos elevados y permiten hacer miradores en algunas esquinas. Se entra por la calle Nueva, que se ensancha en una plaza con un mirador sobre la era. Sentarse en una de las terrazas de esa plaza y admirar el paisaje es obligatorio.
Mirador de infarto
De vuelta a Barbastro nos ponemos en marcha por la N-123 hacia Benabarre. Casi enseguida la carretera penetra en un profundo desfiladero, el que durante siglos ha hecho la erosión del río Ésera sobre las paredes calizas de la sierra de la Carrodilla, que es el comienzo de los Pirineos.
A sólo 14 kilómetros de Barbastro hay que hacer otra desviación para subir al mirador de Olvena, a la izquierda de la carretera. ¡Nadie se va a arrepentir! Hay que salir de la N-123, cruzar el puente sobre el río y el resto del camino son dos kilómetros de subida de infarto.
El pueblo se encarama en la parte más alta de un risco, el Congosto de Olvena ('congosto' significa desfiladero entre montañas) con unas espectaculares vistas sobre el río y el entorno. Los romanos la utilizaron como punto defensivo y construyeron dos puentes no aptos para cobardes por la altura y el nombre. El del Diablo está debajo del puente moderno que da acceso a la N-123; el del Infierno (posiblemente del silo XIII), todavía más espectacular y más alto sobre el cauce del río. Eso sí, el mejor mirador está sobre el cementerio.
De vuelta a la carretera atravesamos diez pequeños túneles horadados en la montaña y rigurosamente numerados. A la izquierda, donde hay espacio antes del barranco, nos saludan unas gigantescas esculturas de acero, unos arqueros de aspecto inquietante realizados por el irlandés Frank Norton.
La magia del túnel de Viella
Los túneles terminan en el embalse de Barasona, que recorremos por su izquierda en dirección norte hacia Graus. Al llegar a esta localidad tenemos que prestar atención para tomar en la rotonda la salida a la derecha, dirección Valle de Arán. A partir de ahí entramos en la A-1605, una carretera que nos lleva durante unos 50 kilómetros a través de una planicie, en paralelo al río Sábena. Esta carretera desemboca en la N-230, donde volvemos a entrar en una zona de curvas enlazadas mientras saltamos entre Huesca y Lleida como si ambas jugaran al escondite a cada vuelta de esquina. El nuevo trayecto discurre en paralelo a un río que tiene el pomposo nombre de Noguera Ribagorzana, que termina en el embalse Baserca, sólo unos kilómetros antes del túnel de Viella.
La parte moderna de este túnel se inauguró en 2007, tiene una longitud de 5.230 kilómetros y tres carriles, dos para salir del Valle y uno para entrar, que es en bajada. La vieja, que data de finales de los años 40 del siglo XX, se usa actualmente como evacuación del túnel nuevo y para la circulación de mercancías peligrosas.
Los túneles son la única vía de comunicación cómoda en el Valle de Arán con el resto de la Península, porque su salida natural es hacia Francia. La otra es por el difícil puerto de la Bonagua, de ahí la importancia de la modernización del túnel. El viejo había que cerrarlo cuando nevaba mucho. El nuevo sólo exige cadenas o neumáticos de nieve en los días más duros. La bajada hacia Viella exige atención y prudencia. Este tramo suele tener un tráfico endiablado de todo tipo de vehículos y la carretera es estrecha y casi sin arcenes.
Atravesar el túnel tiene algo de mágico, es como penetrar en una máquina del tiempo o del espacio que te lleva a otro mundo, un paisaje de película que puede estar pintado del blanco de la nieve o del gris de la pizarra que cubre las casas y las calles y el verde de los árboles.
El Valle de Arán se despliega por la C-28, una carretera de sólo dos carriles, pero con muy buenos arcenes que, dejando a la derecha al río Garona, suben hasta las estaciones de esquí de Baqueira y Beret y luego siguen hasta la Bonagua.
¿Dónde dormir?
Una lectura imprescindible para mí cuando viajo al Valle de Arán es ‘Cazadores en la nieve’, de José Luis Muñoz, un salmantino que vive desde hace años en estos parajes. Se trata de una novela negra en la que se mezclan la banda terrorista ETA y venganzas personales con reminiscencia de western.
En el ascenso por la C-28 nos vamos encontrando a derecha e izquierda los pueblos del Valle que, incluso sin nieve, parecen un escenario fantástico. Ese aspecto bucólico, de naturaleza salvaje, ríos de montaña y coquetas casitas, esconde una de las zonas más elegantes y glamurosas de España con urbanizaciones espectaculares, restaurantes de lujo, spas y hoteles boutique. A mí me encanta Basiberri, en Arties, posiblemente, la villa más bonita y elegante de la zona. Sobrevivió en 2013 a una terrible inundación y ahora al coronavirus. Pero sigue dispuesta a disfrutar de la vida.