En las calles de San Francisco se han comenzado a ver algunos coches autónomos que actúan como taxis sin conductor bloqueados en medio de la calzada con un cono en el capó. Es el modus operandi del grupo que se denomina Safe Street Rebel, que proclama la rebelión en contra de la invasión de vehículos autónomos, que recientemente fueron autorizados a circular sin restricciones por la ciudad de California. Los activistas de este grupo no están solos puesto que todas las calles y las carreteras están repletas de conductores que boicotean los sistemas de conducción autónoma.
"Acaba con el dominio de los coches y salva el planeta con una acción directa", proclama el grupo Safe Street Rebel, que ha encontrado una brecha en los algoritmos que controlan y toman las decisiones de los vehículos autónomos. Consiste en "colocar suavemente un cono sobre el capó", con lo que automóvil fruto de la inteligencia artificial se convierte en un obstáculo varado sobre la calzada.
Activistas contra el coche autónomo
En los desplazamientos de este verano he podido comprobar que hay muchos conductores que llevan dentro un activista del grupo californiano en contra de la conducción autónoma. Los sistemas de ayuda a la conducción sobre los que se basan los vehículos autónomos tienen que luchar contra un factor mucho más incontrolable e incodificable como es el de las reacciones humanas.
Muchos conductores de coches equipados con sistemas cada vez más comunes como el control de crucero adaptativo y de mantenimiento de carril pueden comprobar cada día la lucha entre la inteligencia artificial y la 'inteligencia' humana. Cuando circulamos con el control de crucero adaptativo, observamos la eficiencia del sistema al mantener la distancia de seguridad con el vehículo que tenemos delante y su empeño por ir a una velocidad lo más constante posible.
Racionalidad frente a impulsividad
Sin embargo, toda esa lógica y racionalidad se van al traste cuando un conductor humano nos adelanta y penetra en el espacio de nuestra distancia de seguridad. algo que nuestro vehículo interpreta como una amenaza ante la que frena para alejarse y recuperar de nuevo la distancia de seguridad.
El episodio se repite una y otra vez hasta que acabamos desconectando el control de crucero adaptativo y nos sometemos a las normas de la impulsividad humana. Es solo un ejemplo de las dificultades que tiene que superar la conducción autónoma, especialmente en un entorno híbrido de convivencia con conductores humanos.