La fórmula del éxito financiero en tiempos convulsos de los fabricantes de automóviles parece que da síntomas de agotamiento. Sin pretenderlo, las marcas de coches llevan meses actuando como el Banco Central Europeo y la Reserva Federal de EEUU. Las subidas de los precios que están aplicando y su obsesión por vender los modelos más caros y rentables están actuando, en el contexto de incertidumbre actual, como si fuera una subida de los tipos de interés para encarecer el dinero y enfriar la economía.
Los resultados económicos de los fabricantes de automóviles se beneficiaron en 2020 y en 2021 de la nueva gallina de los huevos de oro: priorizar la rentabilidad a costa de sacrificar el volumen. Claro que para que esa fórmula haya sido viable y haya dado beneficios récord a muchas multinacionales del sector de automoción ha sido imprescindible contar con el apoyo público en forma de subsidios para los empleados que se tenían que quedar en casa durante los días y semanas en los que no había suficientes componentes por la falta de microchips. SIn los ERTE de España y fórmulas similares en otros países no se hubieran podido registrar esas ganancias récord y se hubiera puesto en peligro la estructura del empleo industrial debido a su infrautilización.
Descenso de los pedidos de coches
Pero la fórmula de más rentabilidad con menos volumen tampoco está blindada frente a las múltiples amenazas de la economía. Los fabricantes y los concesionarios están advirtiendo que están detectando un descenso de la demanda de vehículos, ya de por sí baja. Los pedidos empiezan a retroceder por lo que a la crisis de oferta de automóviles por las restricciones en la producción se puede unir ahora una crisis de demanda.
Ese cambio detectado se produce en un contexto de progresiva recuperación del suministro de microchips y de fuerte subida de los precios de los coches, que en España subieron una cifra nunca vista antes de un 9,3% en un año. Como si se tratara del encarecimiento del tipo de interés de la hipoteca, esa subida se convierte, en sí misma, en otro estímulo para frenar los pedidos de nuevos automóviles. Si a eso le unimos la inseguridad de muchos consumidores ante la incertidumbre sobre la temida recesión económica tras el verano, podemos estar ante un punto de inflexión que obligue a los fabricantes a dar un golpe de timón en su estrategia tras la pandemia porque no funcionará tan bien como hasta ahora.
¿Vuelven los descuentos?
Como si fueran funambulistas manteniendo el equilibrio sobre el alambre, los directivos se han tenido que adaptar con rapidez a lo que Wayne Griffiths, presidente de Seat y de Anfac, califica como "la incertidumbre permanente". Tanto Griffiths como sus colegas del resto de la industria se preparan para la próxima sacudida del alambre sobre el que viven.
Carlos Tavares, el CEO de Stellantis, mostró, hace unos días, sus dudas sobre la capacidad de resistencia de los consumidores al encarecimiento de los vehículos al advertir que "hay un límite" para los presupuestos familiares. Ante los síntomas de agotamiento del modelo de negocio post-pandemia, el director financiero de Ford, John Lawler, avanzaba que era probable una vuelta a la estrategia anterior de ofrecer descuentos para estimular las compras como "válvula de escape".