La marca sueva Volvo está sufriendo algo así como un ataque de ansiedad. A pesar de que ha reducido su inversión en investigación y desarrollo (I+D), se ha visto obligada a rectificar y a endeudarse para sufragar con fondo externos la apuesta por la nueva movilidad.
Hace unos meses, el consejero delegado de Volvo, Hakan Samuelsson, presumió de que no necesitaban el apoyo externo y que se bastaban para pagar las inversiones en investigación y desarrollo de nuevos modelos y servicios. Pero la realidad ha sido peor de lo que la compañía esperaba y ha llevado a Samuelsson a rectificar sus palabras y buscar oxígeno fuera.
Menos inversión en I+D
Volvo ha recaudado 190 millones de euros en una emisión de bonos que vencen en 2023 y que están retribuidos con un tipo de interés del 2,30%. Pero esa cifra será apenas un azucarillo en un café ya que la compañía invirtió en 2018 un total de 1.497 millones de euros. Esa cifra supone un retroceso en relación con lo que se gastó en I+D en 2017, un total de 1.516 millones de euros.
El descenso en el gasto se produjo a pesar del incremento de los ingresos del fabricante automovilístico, por lo que el esfuerzo inversor bajó del 4,8% sobre la facturación al 4,1%. Volvo está en plen lanzamiento de la nueva marca premium de coches eléctricos Lync & Co junto a la china Geely, propietaria del fabricante sueco.
A final de 2018, Volvo anunció una operación que le ha llevado a ingresar en caja 108 millones de euros. Volvo vendió a Volkswagen su filial de coche conectado WirelessCar.
Volvo vivió en 2018 una aparente paradoja. Mientras que las ventas subían sustancialmente hasta un nuevo récord de 642.253 unidades, su beneficio se estancó al crecer un 0,9% y llegar a 1.355 millones de euros.