La industria de automoción española ha sufrido una gran pérdida esta semana. Habitualmente, las fábricas de automóviles celebran ceremonias con posados de la plantilla con motivo de nuevos hitos alcanzados en la producción o por el lanzamiento de un modelo nuevo. En casiones, también se celebra con una gran fiesta el final de la producción de un modelo emblemático como el Volkswagen Beetle. Pero esta semana, la planta de Nissan de Ávila ha 'celebrado' la salida del último camión con escenario para la ocasión instalado por la empresa.
En realidad, había poco o nada para celebrar. El final de una etapa de 60 años en la producción de furgonetas y camiones para iniciar una reconversión que durará años hacia un centro de componentes para la alianza Renault Nissan Mitsubishi ha dejado a los trabajadores con un mal sabor de boca. Es lógico ya que pasan de ser un fabricante de vehículos a convertirse en un proveedor. Por no hablar de la rebaja de salario y la inactividad durante periodos prolongados que tienen que asumir los 450 empleados afectados.
Con motivo del cierre de la fábrica de camiones y el inicio de la nueva etapa, Nissan ha recordado los orígenes y la evolución de la factoría, que ha dejado por el camino las marcas emblemáticas Ebro y Avia. En mi caso, son doblemente emblemáticas porque están asociadas a recuerdos de infancia y de juventud y a viajes familiares.
Pérdida antes del tsunami
Nissan nos ha recordado lo que se ha perdido por el camino. Aunque la filial industrial española conserva el nombre de Nissan Motor Ibérica, del histórico fabricante español queda bien poca cosa, apenas unos recuerdos. La llegada de la multinacional japonesa a España acabó con las marcas españolas, aunque con origen en Ford, en un camino que siguieron otros fabricantes al entrar en el país.
De esa transición se pasó a una industria automovilística en manos de capital extranjero y sin poder de decisión. Ahora, además, la industria pierde una fábrica de primer nivel, al igual que sucedió con la de autobuses de Iveco de Barcelona o la de Suzuki Santana de Linares. Lo más preocupante es que todas esas pérdidas se han producido antes de que llegue el tsunami de la nueva movilidad y del impacto de la caída del diésel y la gasolina.