Los talleres de fabricación de rótulos se vuelven a frotar las manos. Hay un nuevo cambio de velocidad a la vista y, por tanto, miles de señales deberán ser modificadas. Negocio. El péndulo se mueve ahora hacia los 130 kilómetros por hora después de una fase de 120 km/h, 110 y, en alguna comunidad como Catalunya, 80.

Los conductores andamos un poco desorientados con tanto cambio al albur de la coyuntura. Con el ministro Miguel Sebastián, la justificación para reducir la velocidad punta de 120 a 110 era la necesidad de ahorrar gastos en carburante y reducir así la factura y la dependencia energética española. El experimento duró poco, lo imprescindible para rectificar y volver a los 120 de toda la vida.

Antes, el consejero de Interior del tripartito catalán Joan Saura dejó su huella al reducir drásticamente la velocidad punta de algunos tramos en los accesos a Barcelona a 80 y, en ocasiones, a 60 y 50. Convirtió algunos trayectos de autovía en las viejas excursiones a paso de tortuga por las destartaladas carreteras nacionales. El objetivo era contribuir a frenar el cambio climático con menos emisiones de gases, un propósito que fue discutido técnicamente por algunos expertos e instituciones.

Con tanto cambio de velocidad máxima, se impusieron los adhesivos que se iban superponiendo unos encima de otros en la señal original y, en última instancia, los paneles con la velocidad variable.

Ahora el ministro Jorge Fernández Díaz anuncia que en los tramos en los que no haya especiales problemas de seguridad, se podrá circular a 130 por hora. Los datos podrían avalar esta decisión teniendo en cuenta que la cifra de muertos en autovías y autopistas es la que más ha bajado con un 11% al registrar 298 víctimas mortales en 2012. Pero la medida presenta varios riesgos. El primero es de seguridad puesto que el mal tiempo quizá aconsejaría decantarse por el modelo francés de velocidad más baja (110) en caso de lluvia de forma regular.

Además, el hecho de que las sanciones más duras se impongan a partir de 150 km/h podría incentivar a los infractores a apurar ese margen de 20 kilómetros. Por último, existe el riesgo de que esta medida se plantee como una zanahoria para que las autopistas puedan atraer más tráfico con el que compensar los graves descensos sufridos que han dejado a varias de estas vías en quiebra. Si las subidas hasta 130 predominan en autopistas, podremos sospechar de la presión ejercida por el lobby de las constructoras y las empresas concesionarias.