James Dean, apasionado de la velocidad, de Federico García Lorca y de los toros, murió en California el 30 de septiembre de 1955 en el accidente de tráfico más famoso de la historia. Se produjo en un cruce de carreteras en Cholame (California) cuando viajaba a Salinas para participar en una carrera. Tenía sólo 24 años y él mismo conducía el Porsche 550 Spyder que se acababa de comprar y al que había bautizado ‘Little Bastard’ (Pequeño Bastardo).
Ese día el actor se convirtió en leyenda y lanzó a la fama a su Porsche, una unidad de ese modelo alcanzó en 2018 los 5,17 millones de dólares en una subasta. Curiosamente la muerte del mayor mito masculino del siglo XX al volante de un Porsche ha sido, durante estas décadas, la mejor publicidad para la marca alemana. Sobre todo en Estados Unidos.
La tragedia de James Dean
De haber nacido en el siglo XXI Dean habría sido un ídolo estratosférico, tenía todas las características para ser el influencer más grande, pero vino al mundo en febrero de 1931 en Marion, una aldea a 50 millas de Indianápolis (Indiana). Con una sugerente belleza andrógina, era bisexual, muy miope, inconformista, grosero, promiscuo y sucio, pero con "un carisma irresistible", según cuenta el cronista de Hollywood Kenneth Anger. Para Terenci Moix, el actor tenía "un magnetismo animal a flor de piel". En su garaje siempre hubo una moto, primero una Whizzer a la que siguieron Harley Davison, Indian, Triumph y hasta un scooter Lancia.
Los jóvenes actuales pueden no conocer las tres películas que rodó como protagonista: Al Este del Edén (1954), la única que se había estrenado cuando murió; Rebelde sin causa (1955) y Gigante (1956), pero su imagen paseando solo bajo la lluvia entre los rascacielos de Nueva York sigue siendo recurrente. La tragedia y la angustia marcaron la corta vida de James Dean, que cumplió su máxima: "vive rápido, muere joven y haz un cadáver bonito". Su madre murió cuando sólo tenía seis años y todos los protagonistas de Al Este del Edén, que se estrenó una semana después de su accidente, fallecieron prematura y trágicamente. Sal Mineo apuñalado en 1976 y Natalie Wood ahogada en 1981, como muchos de los que le rodearon.
Empezó a trabajar en Los Ángeles en pequeños y malos papeles, hasta que el director de TV Roger Brackett le animó a estudiar en el Actors Studio de Nueva York. En la ciudad de los rascacielos toreaba taxis en la Quinta Avenida, como su admirado Manolete, y frecuentaba muchos tugurios gays, pero sus primeros papeles en el teatro llamaron la atención del director Elia Kazan, que le dio el protagonista de Al este del Edén, un papel por el que compitió con Paul Newman, otro actor con gasolina en las venas.
Volvió a California en la primavera de 1954 para rodar esa película y empezó a salir con la actriz italiana Pier Angeli, su gran amor heterosexual. La historia terminó fatal cuando Dean se entera del compromiso de Pier con Vic Damone, un actor de origen italiano más del gusto de la mamma. El día de la boda, en noviembre de 1954, Dean se pasó la ceremonia en su moto frente de la iglesia dando gas. Angeli se suicidó a los 39 años, en 1971 y parece que nunca olvidó a su primer amor.
De las motos a los coches
Marlon Brando, uno de sus más admirados colegas, le avisó del peligro de las motos así que Dean se compró un Porsche 356 y empezó a participar en carreras donde se ganó el respeto de los otros pilotos porque era bueno. Durante el rodaje en Texas de su última película, Gigante, con Rock Hudson y Elizabeth Taylor, los directivos de la Warner le prohibieron participar en carreras, pero grabó un anuncio para concienciar a los jóvenes sobre la seguridad vial que se hizo en el mismo set y con la ropa de su personaje. La frase con la que finalizaba fue profética: “Conduce con cuidado, la vida que puedes salvar quizás sea la mía”.
En cuanto terminó el rodaje volvió a Los Ángeles y se compra el Porsche 550 Spyder (le costó 6.000 dólares) para participar en una carrera que se iba a celebrar nueve días después. Como no tenía tiempo de entrenar le propuso a su mecánico, el alemán Rolf Wütherich, llevar el coche por carretera hasta el circuito para acabar de probarlo. Dos amigos los seguirían con tráiler para el regreso. El Porsche, color plata, llevaba ya pintado en el capó y en las puertas el número 130 y detrás, Little Bastard.
Pasaban unos minutos de las cinco de la tarde (una hora muy lorquiana) cuando el Porsche de Dean se encontró en un cruce con un Plymouth negro, conducido por un estudiante de 22 años. Wütherich, que sobrevivió al accidente, asegura que antes del impacto Dean gritó “tiene que vernos, tiene que pararse”. El 550 Spyder quedó convertido en un amasijo de hierros y el conductor atrapado, con la cara intacta y el cuello roto. Wütherich ya había salido indemne de otro ‘siniestro total’ en 1952 con el Porsche 356 que había sido el coche de Ferdinand Porsche hasta su muerte en 1951 y luego, vehículo de pruebas. Pese a la tragedia, la muerte del mayor mito masculino del siglo XX al volante de un Porsche ha sido, durante estas década la mejor publicidad para la marca de Sttutgart.