La guerra de Ucrania desencadenada por la invasión de Rusia no solo ha provocado un atroz conflicto bélico en Europa. Ha provocado una gran perturbación en algunos suministros y ha convertido el petróleo y sus derivados en un arma de Putin contra los países europeos. Escuchar a la vicepresidenta Teresa Ribera abriendo la puerta a la reactivación de las centrales de carbón constituye un shock. Lo mismo que la decisión de Alemania, el país más expuesto al cierre del grifo del gas de Putin, de dar marcha atrás y volver a la economía del carbón tan criticada y que estaba en vías de extinción en Europa.
La vuelta al carbón, aunque sea de forma temporal supuestamente, lo puede cambiar todo en la hoja de ruta europea en la lucha contra el cambio climático. En las ecuaciones sobre las que se basaban los exigentes objetivos de reducción de las emisiones de CO2 no se encontraba la reaparición del carbón. Una decisión tan extrema como la vuelta a quemar este mineral sedimentario para generar electricidad es como retroceder a un jurásico con los dinosaurios, pero en el que también tenemos cada vez más coches eléctricos.
Eléctricos con más emisiones
La guerra energética derivada del conflicto bélico de Ucrania nos pone frente al espejo de forma descarnada y sin maquillaje. Tendremos coches eléctricos propulsados por electricidad generada en centrales térmicas de carbón. El resultado es que esos vehículos eléctricos supuestamente limpios generarán más emisiones en todo el ciclo energético que los automóviles de gasolina o con motor diésel.
La paradoja de los coches eléctricos propulsados por carbón es, evidentemente, una distorsión y, esperemos, que una excepción temporal, aunque dependerá de la duración del cerrojazo de Rusia a sus gasoductos. Pero también nos tiene que hacer reflexionar sobre la coherencia del proceso de descarbonización. En ese contexto se enmarca también la decisión del Parlamento europeo de considerar como energías limpias el gas natural y las centrales nucleares.
La incoherencia del carbón
Los coches eléctricos no solucionan todo el problema de las emisiones, solo reduce el CO2 expulsado durante el uso de los vehículos. La clave, como estamos viendo, es cómo se genera la electricidad necesaria para mover todos los coches eléctricos que quieren los gobiernos que ahora han resucitado los hornos de carbón. Sin llegar a ese extremo, ya estábamos viendo, antes de la guerra del gas, las incoherencias de algunos países o territorios que se envuelven en la bandera ecologista y exigen más electromovilidad y penalizan los automóviles de combustión pero frenan la generación de electricidad con fuentes renovables.
A este paso, lo ideal serán los vehículos eléctricos y autosuficientes energéticamente con placas solares que le proporcionen la electricidad necesaria. Esa tecnología ya existe, pero no da como para tener coches de calle con prestaciones similares a las actuales. Hasta que la industria de automoción perfeccione esa tecnología, lo mínimo que se puede pedir a los gobiernos que nos empujan hacia los nuevos vehículos eléctricos es que sean coherentes con la generación de electricidad sin emisiones. Lo contrario es mirarse en un espejo trucado, como sucederá ahora con los automóviles propulsados con la electricidad 'sucia' del carbón.