La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, aclaraba en la rueda de prensa del Consejo de Ministros el sentido de la subida del precio del litro de diésel que incluyen los Presupuestos Generales del Estado: "Se trata de eliminar la bonificación fiscal que tenía hasta ahora el gasóleo frente a la gasolina". Eso es. Sin trampa ni cartón. El carburante que hace dos décadas era lo mejor para los usuarios, la industria y las administraciones, ahora ha caído en desgracia. Es la triste historia del pobre diésel.
Para empezar, tengo que hacer una confesión a los lectores de este artículo. Tengo un coche con motor diésel. Pero si sirve de algo en mi defensa, me costó mucho sumarme a la fe del diésel porque no la veía muy racional. Sin embargo, los precios competitivos de los coches y el ahorro en el repostaje por su menor consumo y su precio mas bajo me acabó de convencer. Pero soy un converso tardío, no de la primera hornada.
Yo mismo sucumbí a la corriente del mercado que empujaba a los consumidores a abrazar el gasóleo dejando atrás los viejos tópicos de que "el diésel solo sale a cuenta si haces muchos kilómetros" o que "los coches de gasóleo tienen menos alegría en la respuesta del motor". Era entrar por la puerta del concesionario y el comercial de turno te conducía directamente a las versiones diésel porque también tenían un sobreprecio sobre las de gasolina y porque disponían de una oferta más amplia en algunos modelos.
Un mercado dieselizado
La Administración hizo su parte bajando los impuestos del litro de gasóleo para incentivar su utilización frente a la gasolina, que irremediablemente se encareció. Las gasolineras tuvieron que adaptarse e instalar más surtidores de diésel por el fuerte incremento de la demanda y las petroleras tuvieron que reaccionar con rapidez para adaptar el ciclo de refino para disponer de más gasóleo con el que abastecer el consumo al alza.
Como consecuencia de las mejoras en los motores de los coches, pero especialmente por el 'boom' del diésel, las emisiones medias de CO2 empezaron a bajar, aunque en cambio han ido subiendo con el tiempo las emisiones de dióxido de nitrógeno.
La ministra Montero, y por extensión todo el Gobierno de Pedro Sánchez así como los del resto de países europeos, son víctimas de profundas incongruencias. Por un lado advierten de que no tienen afán recaudatorio con la subida de 3,8 céntimos por litro del gasóleo, pero anuncian que el 30% de los ingresos se destinarán a incentivos para el coche eléctrico.
Quiero más claridad
Pero lo peor es que no hablan claro, no se atreven a decir que quieren penalizar el gasóleo. En la cuenta de Twitter, la Moncloa afirmaba que los Presupuestos "incrementan la fiscalidad de los hidrocarburos en función de sus emisiones". Esta afirmación no se sostiene desde el punto de vista técnico por varios motivos. En primer lugar, todavía no se ha producido la equiparación fiscal absoluta entre diésel y gasolina. En segundo lugar, se puede dar el caso que se grave más el litro de carburante para un coche diésel de nueva generación que emiten menos CO2 que otro de gasolina, Y además, esa afirmación sería cierta si el precio de los carburantes dependiera del año de fabricación del coche y, por tanto, de su nivel de emisiones.
A pesar de estas incongruencias, el Gobierno ya ha dado su señal pública para desincentivar el gasóleo y acelerar todavía más el desplome que sufren las ventas de coches de motor gasóleo. Pero a los consumidores de 2019 nos tienen que hablar con claridad y la máxima información, algo que no se está cumpliendo. Entre otras cosas porque ninguna de las partes implicadas habla con absoluta claridad y honradez. Pobre diésel, entre todos los auparon, y ahora lo quieren rematar.