Observando una fotografía de la plaza Espanya de Barcelona y girando la mirada a la imagen de un bólido clásico, la nostalgia se presenta en modo de recuerdos en mi cabeza. Por un lado tengo al Salón del Automóvil de Barcelona, esa cita imprescindible que todo barcelonés y todo amante del motor debe tener presente en su agenda. Por el otro, el coche de James Hunt, el Hesketh 308, con el que disputó el último Gran Premio de Fórmula 1 celebrado en la montaña de Montjuïc en 1975. Dos muestras de la importancia de Barcelona en la historia del motor en este país.
A nuestra edad siempre pensamos que somos jóvenes y que nuestros padres son los mayores. El problema es que si lo vemos con perspectiva, ya somos unos carrozas. Lo digo porque yo también estuve en el Salón del Automóvil paseando en pantalón corto (como siempre recuerda el presidente del salón Enrique Lacalle), y también estuve en ese GP de España de 1975. Tenía siete años. Es por eso que hoy, cuarenta años más tarde, cierro los ojos y pienso que no ha pasado tanto tiempo. La montaña de Montjuïc sigue conservando toda la magia de antaño, pese a que ya no se dispute la F1 ni que el salón ya no llegue hasta el Palau Nacional. Son otros tiempos, pero Montjuïc sigue estando ahí presente, destilando motor. Al menos a mí me lo parece. Porque sigo pensado que nosotros seguimos siendo los jóvenes y que si no vamos en pantalón corto será por los convencionalismos.