Solo las guerras y las catástrofes naturales cambian más las vidas de las personas que lo está haciendo este maldito virus, pero no conocemos ni guerras ni catástrofes naturales con el alcance global de esta pandemia a la que lamentablemente aún le quedan (muchos) capítulos por escribir. 

El sector del automóvil no es, ni mucho menos, ajeno a los efectos económicos de la pandemia. Las ventas de automóviles están correlacionadas con el crecimiento del PIB y estamos viviendo unas caídas históricas del mismo por todo el mundo, aunque probablemente por la sensación coyuntural de la crisis las ventas están resistiendo mejor de lo que podría esperarse, al menos por el momento. Los confinamientos que se han producido por todo el mundo han paralizado fábricas, hundido el mercado de alquiler turístico y retrasado decisiones de compra. Pero por mucho que el SARS-CoV-2 afecte a nuestra economía el virus no constituye la principal amenaza del sector, sino que probablemente servirá para acelerar una transformación histórica aunque también podría llegar a ralentizarla.

Revolución de los eléctricos

Las palabras berlina, cabriolet, faetón,… nacieron para describir tipos de coches de caballos. Lo que les convirtió en automóviles fue la sustitución de los caballos por motores de combustión interna en 1.886. Todas las evoluciones que han tenido los coches han sido eso, evoluciones, pero no ha habido ninguna revolución, al menos no de la magnitud que significa el cambio de la energía que alimenta a la unidad motriz. Un Ford T de comienzos del siglo XX es de la misma “raza” que un coche actual de combustión interna, pero un modelo 100% eléctrico altera la esencia de la industria y, también, las necesidades de infraestructura tanto de recarga como de mantenimiento. 

En ninguna hoja de ruta de los fabricantes aparecía el coche eléctrico enchufable como la estrella del futuro. Todas las transiciones eran más o menos suaves, teniendo el hidrógeno como vector energético de futuro. Pero los escándalos derivados del trucaje en la medición de emisiones tiraron por tierra todos los planes y las administraciones obligaron a los fabricantes a transitar por una senda no prevista y no exenta de problemas. 

Transformación de la industria

Un coche eléctrico enchufable tiene menos piezas y, por tanto, requiere menos mano de obra en proveedores y fabricantes que uno con motor de combustión interna. Además, casi no tiene mantenimiento, por lo que la red de talleres se deberá reconvertir. Todo ello sin contar los innumerables problemas que implica un cambio radical en la infraestructura de recarga energética y, sobre todo, derivados del lanzamiento al mercado de productos tecnológicamente inmaduros. Pero la suerte está echada y el coche eléctrico enchufable, inferior tecnológicamente que el de motor de combustión interna o el de pila de combustible de hidrógeno, está llamando a la puerta con cada vez más insistencia como “vacuna” contra la contaminación.

El maldito bicho acelerará cierres de factorías al caer las ventas y puede que haga que las tremendas inversiones para transformar la industria se subvencionen en parte con los fondos para reconstrucción de la economía europea. Aprovechar este parón económico y vital para reconducir algo la hoja de ruta y virar hacia el hidrógeno es menos probable, aunque no imposible. Aún se está a tiempo de recobrar algo de sentido común.


Este artículo se ha publicado en la revista impresa con los resultados del barómetro Auto Mobility Trends, impulsado por Coche Global y YGroup. Pincha en este enlace para acceder a la publicación íntegra.