El Salón del Automóvil de Barcelona se la juega nuevamente este año. Después de casi 100 años, esta edición número 38 será una nueva reválida revestida de un aire de examen final. Fira de Barcelona y la Asociación de Fabricantes de Automóviles (Anfac) experimentarán este año un nuevo formato con el que esperan ganar seguridad de cara al futuro. ¿Lo conseguirán?

En el momento de la presentación, faltan algunas marcas señeras como las del grupo General Motors (Opel), Toyota (que sólo tendrán un stand de Lexus) y Volvo. El presidente del salón, el incombustible Enrique Lacalle con siete ediciones de la muestra a sus espaldas, asume las ausencias pero destaca las presencias. "Es muy difícil conseguir que una marca decida venir al Salón del Automóvil. Cuesta mucho trabajo", asegura. Su labor diplomática junto con el pragmatismo del responsable comercial de Fira de Barcelona, Ricard Zapatero, han hecho posible que el salón haya sobrevivido y se haya impuesto al rival de Madrid. Pero ahora se enfrentan a un problema de más calado más allá de la crisis que es la propia naturaleza de los salones del automóvil de nivel alto como pretende seguir Barcelona. Por ello le han aplicado un restyling con una modernización de su imagen y se apuntan a la moda de la hibridación mediante la importación de pequeños salones del coche conectado, el diseño y la smart city. Todo ello manteniendo el objetivo de convertirse en un revulsivo comercial para cerrar o sembrar ventas de coches, algo que atrae a algunas marcas y algunas cadenas de concesionarios que acaban representando a algunas enseñas. Son elementos con los que el salón intenta superar una crisis existencial cuando todavía está a tiempo de evitar ser superado por la realidad.