Los fabricantes alemanes de vehículos han contraatacado en la pugna por encabezar el mercado emergente del coche eléctrico. Volkswagen, Daimler y BMW han creado una sociedad conjunta, en colaboración con Ford, para instalar una red de 400 puntos de carga ultrarrápida. Es un ejemplo del problema, o la ventaja, depende de cómo se mire, en el mercado de la electromovilidad: cada uno va por su lado.
Los nuevos ultracargadores estarán preparados para los cargadores del estándar de conector adoptado por las marcas alemanas y las estadounidenses. Las francesas y las japonesas tienen su propios conectores para coches eléctricos. La lógica dice que sería mejor crear redes de estaciones de recarga de baterías compatibles con todos los vehículos y que la inversión fuera compartida en una especie de consorcio con participación de todas las marcas, las administraciones y las petroleras, por la cuenta que les trae.
Freno a la electromovilidad
Pero la realidad es diferente. Corremos el peligro de crear guetos de recarga para coches alemanes, franceses y japoneses. Es verdad que inicialmente puede espolear la competencia entre fabricantes, pero a medio y largo plazo frenará el desarrollo de la electromovilidad. ¿Es ese un objetivo encubierto? Ciertamente, la industria del automóvil se juega mucho con la revolución en marcha en la movilidad y por eso presionan a las autoridades para tener unos límites de emisiones de gases más altos pero sería inútil resistirse a una corriente de fondo imparable. La realidad de los guetos del coche eléctrico muestra también la falta de liderazgo de las administraciones, incapaces de poner orden en el nuevo mercado y de conducirlo a un terreno más racional que evite que cada uno vaya por su lado.