Por un día, el rey español se bajó del Mercedes y el Audi y se subió a un Citroën. Aunque fue en París. El viaje oficial de Felipe VI a París fue un spot de un icono francés. El monarca y su esposa llevaron a cabo todos los desplazamientos de las visitas oficiales con un Citroën C6 prestado por el Estado francés y que hasta hace poco había sido el vehículo oficial de referencia del presidente de la República Francesa, François Hollande. Resulta una imagen insólita ver al rey español a bordo de un vehículo de la marca francesa en lugar de los habituales Audi A8 y Mercedes blindados y super equipados para la familia real.
Pero en Francia, los coches oficiales tienen que ser made in France y por ello Hollande alterna en periodos sucesivos Citroën y Renault. Del Renault Vel Satis pasó al Citroën DS5. En Francia, al igual que en Alemania e Italia, el apoyo a la industria local se visualiza con coches oficiales fabricados en sus países.
En cambio, en España, segundo país productor de vehículos de Europa, los dirigentes públicos y los directivos de empresas sufren un mal muy extendido: la ostentación y la aspiración a ser alemanes. La auditis, merceditis y bmwitis se han implantado como un símbolo de imagen para políticos y empresarios que ignoran la potente industria local que defienden de palabra en algunos foros. Solo hay algunas contadas excepciones a ese mal como el presidente gallego, que suele viajar en un Citroën en apoyo a la fábrica de Vigo o el conseller de Empresa de Catalunya, Felip Puig, que se desplaza en un Seat Alhambra.
Los altos cargos usuarios de Audi y Mercedes se aferran a que también apoyan la industria local puesto que son marcas que pertenecen a grupos con fábricas en Vitoria (furgonetas) y Pamplona y Martorell (utilitarios y compactos). El problema parece ser que la gama de vehículos producidos aquí no responde a las necesidades de imagen institucional / ostentación que buscan, aunque ellos aleguen que se trata de un problema de falta de espacio y utilidad.
Estos males tienen cura. Bastaría con que el rey cambiara su coche oficial por un coche made in Spain, como un Ford Mondeo (de próxima producción en Almussafes) o una Mercedes Vito o un Nissan Pathfinder. Su ejemplo se transmitiría en cascada hacia políticos y empresarios que de esta forma sí que actuarían como auténticos alemanes, franceses o italianos.